mayo 06, 2006

Acción de gracias: manual de supervivencia


La presentación del nuevo libro de Ana Rodríguez de la Robla, Acción de gracias, (colección Libros de bolsillo de la Diputación de Cádiz) tuvo lugar el pasado miércoles, 10 de mayo, a las 20,00 hs., en el Baluarte de la Candelaria (Feria del Libro de Cádiz).

La solapa de Acción de gracias recoge con cierto detalle lo que del currículo de Ana Rodríguez de la Robla hay que saber. Y, por su parte, el prólogo de Jaime Siles desentraña con nitidez, rigor y erudición poética las claves esenciales de estos treinta y dos poemas. Una y otra circunstancia tendrían que hacer que yo me preguntara “¿qué hago aquí?” Las respuestas a lo cual son, no por sencillas, menos trascendentales.

En primer lugar, los textos citados que arropan el libro me permiten obviar el extenso currículo de la autora y la bibliografía que habría que ir citando para explicar cada signo y cada significado, lo que me sitúa en condiciones óptimas para cumplir el compromiso de no extenderme más allá de los quince minutos suplicados por Jesús Fernández Palacios.

En segundo lugar, me honra contribuir a que este libro se presente en Cádiz, no sé si el espacio que lo vio gestarse, pero indudablemente el espacio y el tiempo al que Acción de gracias pertenece. Y hablaré de eso luego.

En tercer lugar, me honra todavía más que Ana Rodríguez de la Robla me haya invitado a esta presentación con la intención explícita de que hable, no de los habitantes de su libro (Gamoneda, Adriano, Píndaro, Esquilo…), ya identificados magistralmente por Siles en su prólogo, sino de los habitantes del corazón y de la memoria que han tejido estos versos y a los que podría presentarles, uno por uno, en riguroso orden alfabético, a saber: amor, angustia, barbarie, derrota, deseo, desesperanza, esclavitud, esperanza, liberación, lucha, melancolía, memoria, soledad y sufrimiento.

Y en cuarto lugar (the last but not the least) presentar hoy Acción de gracias me otorga el placer extraño de hacer lo que me da la gana, desde la intuición de que a la autora le ocurre algo semejante, y desde el convencimiento de que Ana Rodríguez de la Robla y yo hemos llegado simultáneamente a la conclusión de que no nos queda más remedio que hacer lo que nos dé la gana.

Esa exacta sensación fue la que tuve cuando la conocí, en el verano de 2005, en el Puerto, y en el marco de unas mesas de trabajo sobre gestión cultural, en donde Ana –recuerdo- arrancaba explicando de forma sistemática cómo proceder en la empresa de la cultura, y terminaba proyectando en un powerpoint un poema lúcido y emocionado sobre la cultura.

Extraño, pensarán. Sin embargo, al abrir hace unos días la primera página de Acción de gracias y encontrar la cita de Huizinga pude comprender lo que en aquel momento sólo me conmovió. “De no querer entregarse a una dura barbarie, era necesario encajar los sentimientos en formas fijas” refiere Huizinga en Homo ludens, un libro luminoso y académico, poético y riguroso, intuitivo y sistemático. Homo ludens explica el paso del estado primordial del individuo en la Edad Media (el espanto de la muerte, el temblor del amor) a otro estado primordial encauzado por la canción y el juego, por esas “formas fijas” que nos permiten –si instalamos en ellas los sentimientos- perder el miedo.

El ser humano que explica Homo ludens es el que renuncia a la batalla que sabe perdida, la que lo desangra, y renuncia a todo triunfo que suponga la muerte del otro, consciente de que eso no va a proporcionarle la vida. Por eso las palabras del Réquiem de Rilke que Ana convoca para emparejar la cita de Huizinga son tan perfectas, tan reveladoras de que el miedo de cada uno, en cada vida, sólo puede ser calcinado por una estrofa que organice los temores: “¿Quién habla de victorias? Sobreponerse es todo”.

Acción de gracias reivindica así el luto despreciado por la modernidad, el luto blanco del rito y del responso, el que da consuelo no por simple agotamiento del llanto, sino porque –tomándose su tiempo- ordena la memoria, organiza los sentimientos y orienta el dolor hacia una “forma fija”, una canción con metro y ritmo propios que deja hecho trizas el espanto ante la muerte.

Con absoluta coherencia, los tres poemas que abren Acción de gracias sitúan esa experiencia universal en el modo de oficiar y de sentir particular de la autora, y en su tiempo específico. “Poética”, “Antipoética” y “Telar” son así la tesis, la antítesis y la síntesis del proceso vivido, y el hogar poético en el que hay que entender que se han cocido los demás textos del libro.

“Poética” está edificado sobre las rejas del estilo, desnudas de memoria, hábiles para acoger en todas las sintaxis posibles lo que nos conmueve. “Antipoética” habla del color, del olor, de la sangre y de la saliva, tan inaprensibles siempre. “Telar” da la solución, ordena los vendavales y encauza las corrientes. Es un poema que detalla ese viaje de un estado primordial de abatimiento a otro de lucidez, el final del luto.

Poemario, por tanto, transido de principios fundamentales, asegurado sobre sólidos pilares de reflexión, consciente hasta la última coma. Y sin embargo, poemario privado, a ratos onírico, diario casi sonrojante de una intimidad desde la que cualquier otro poeta, al caer en ella, daría al traste con el sentido virtual de su literatura.

El milagro, aquí, es convocar a Haendel, a Robert Walser o a los esdrújulos latinos sin que los renglones de la historia nos velen el descubrimiento del poema. Y convocar, a la vez, la propia consciencia de saberse santa y perversa, noble y mezquina, asesina y apuñalada, sin que la verdad privada manche con sus secretos desvelados la naturaleza ficticia connatural al texto.

El milagro lo hace la barbarie, eso que nos llega a la vez que la melancolía del verano infantil y que nos estremece dejándonos solitarios en un mundo inmenso (“La soledad del mundo era una playa”). Lo hace la tiranía, que no es sino la capacidad que le reconocemos al amante cuando su beso es como un relámpago en las venas y su cobardía como un cuchillo sobre la mesa. Lo hace el abandono, que es lo que sentimos cuando despega el avión y la ciudad que dejamos, en un picado cinematográfico, se nos vuelve absurda para la felicidad. La nausea, la sangre derramada y los desperdicios del corazón, que son las sustancias de colores concretos que nos certifican el sufrimiento.

Y esta madeja de cosas, como digo, ordenadas en el telar, devienen en Acción de gracias en una narración luminosa, triunfante en el sentido que Rilke da en la primera página a las victorias, que podría tener como colofón –para mí lo tiene- un verso de no recuerdo quién pero perfecto: “Todo lo que perdí me pertenece”.

Por eso Acción de gracias no es un libro triste –como me apuntaba Ana equivocadamente en un correo electrónico y sin embargo conmovedor-, sino un manual de supervivencia en el que quien escribe (turista accidental, como todos) ha tenido la fortuna de celebrar en “formas fijas” las necesidades primarias que a otros atormentan: amar y sobreponerse.

El poema, como decía Ana en otro correo reciente, una vez escrito vuela y significa solo. Eso pasa también con el tiempo del poema que, escrito en un aquí y en un ahora, adquiere su propio tiempo. Me da la impresión de que hoy es el tiempo exacto de Acción de gracias. Y eso me lleva a pensar que a lo mejor estamos aquí no porque no nos quede más remedio que hacer lo que nos dé la gana, sino porque, afortunadamente, no nos queda más remedio.


Telar

En el principio fue la noche del objeto,
la materia adivinada entre las sábanas,
tras lo imprevisto de la mano junto al ojo
y el mar azul que inmerecido se deslizaba por el pómulo.

La palabra llegó mucho más tarde,
cuando las letras todas yacían sorprendidas
en un cieno de desórdenes sintácticos
reflejo del otro: ése que también me explica
y me inicia cada vez que me levanto
y me asomo a la ventana y digo
otra vez estoy aquí.

Ahora una malla tensa me sirve como cielo y me protege,
me aísla de las paredes sin retratos,
de la infamia de la sonrisa dividida,
de la sangre que corre loca hacia el desagüe.

Malla trampa mortal, escandalosa, de escribir.

(De Acción de gracias)

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

De la Historia dijo alguien en alguna ocasión -no recuerdo su nombre, sólo su lucidez- que lo único cierto es que todo aquello ocurrió de otra manera. De Acción de Gracias quepa tal vez decir lo mismo, o más exactamente: que en Acción de Gracias todo ha ocurrido no como a mí me parece que ocurrió, sino como María Jesús lo dice. Es demasiado exacto y demasiado bello como para llevarle la contraria. Y además hay palabras y tiempo y fotos -y otras muchas cosas- para atestiguarlo.
Un beso.

5/6/06 2:26 a. m.  

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